Concurso de villancicos
(ABI) Se realizará entre el 16 y 23 de diciembre en distintos espacios al aire libre de la ciudad. Habrá tres categorías por número de integrantes y edad.
El Pleno del Concejo aprobó en su sesión de este martes, la convocatoria al Concurso Municipal de Villancicos y Canciones Navideñas denominado “Canto y Festejo al Niño Jesús” 2009, a desarrollarse entre el 16 y 23 de diciembre en distintos espacios al aire libre de la ciudad.
Martín Rengel, secretario de la Comisión de desarrollo humano y culturas del Concejo Municipal, dijo que “el concurso de villancicos y canciones navideñas tiene el objetivo de revalorizar y promover la tradición que encarna el espíritu navideño en nuestra ciudad, así como incentivar el canto e interpretación de villancicos involucrando principalmente a la población de niños y jóvenes de todo el municipio”
La convocatoria aprobada establece tres categorías. La primera denominada “A”, con coros navideños conformados por entre diez y 20 integrantes de cualquier edad. La categoría “B”, de grupos musicales navideños con un mínimo de cuatro integrantes y un máximo de nueve de cualquier edad. Finalmente, la categoría “C” estará compuesta por grupos musicales y coros de niños, conformados con un mínimo de cuatro y un máximo de quince integrantes que a la fecha de lanzamiento de la convocatoria tengan entre 5 y trece años de edad.
Por la temática del concurso, las interpretaciones musicales participantes del mismo deben estar relacionadas a villancicos o canciones navideñas, tanto tradicionales como de nueva creación enfatizando los conceptos de hermandad, comprensión y solidaridad. Los temas del concurso podrán ser interpretados.
Las inscripciones a este concurso son de carácter gratuito y se reciben impostergablemente hasta el día viernes 11 de diciembre en las oficinas de la Unidad de Fomento a las Iniciativas Artísticas de la Dirección de Patrimonio Intangible y promoción Cultural, segundo piso del Cine 6 de Agosto, ubicado en el inmueble número 2284 de la avenida del mismo nombre
Los premios pecuniarios van desde setecientos cincuenta hasta tres mil quinientos bolivianos. El jurado no podrá declarar desierta la convocatoria recientemente aprobada.
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lunes, 30 de noviembre de 2009
Armando Brito ganó el concurso de fotografías del Bicentenario
(Lapaz.bo) Obtuvo el Premio Único de Bs 5.000 en la categoría profesional. En Amateur el ganador fue Renzo Borja, quien recibirá la suma de Bs 3.500.
Gastón Armando Brito Miserocchi en categoría profesional y Gianni Renzo Borja Godoy en categoría amateur, son los ganadores del concurso “Festejos del Bicentenario de la Revolución de Julio de 1809”, organizado por la Oficialía Mayor de Culturas del Gobierno Municipal de La Paz.
Brito, quien se utiliza el seudónimo de “Soyelgas”, ganó el Premio Único en la Categoría Profesional gracias a la fotografía “La Paz del Jinete”, imagen donde se aprecia a un jinete del Ejército, descendiendo por la autopista La Paz – El Alto con el Illimani de fondo. El premio para esta categoría es de 5.000 bolivianos.
Por su parte, Borja, que participó con el seudónimo de “Zoren Jabor”, se hace acreedor a la suma de 3.500 bolivianos correspondientes a la Categoría Amateur merced a la fotografía titulada “Patrimonio Vivo”, una pieza fotográfica que resalta el fervor cívico de la gente en el Desfile de Teas del 15 de julio.
El jurado calificador estuvo conformado por los especialistas Fernando Cuellar, Miguel Ángel Burgoa y Felipe Aliaga, quienes evaluaron una a una las 78 fotografías presentadas a este concurso. Los ganadores recibirán sus premios en la Gala Cultural que se realizará en el mes de noviembre.
Cabe citar, además, que en la Categoría Profesional el jurado determinó dar dos menciones de honor. La primera mención es para Jorge Fernando Bernal Campusano, mientras que la segunda mención es para Sergio Daniel Caballero Mercado.
En tanto, en la categoría amateur recibió una mención Sergio Daniel Uriarte Montecinos, “por la calidad de composición y el manejo de la luz de las obras presentadas”. En la Categoría Juvenil sólo se presentó un participante que no reunía las condiciones técnicas para entrar al concurso. JMM (OMC/GMLP)
Si acaso en chuquiago
Si acaso Chuquiago es el nombre del video ganador del Concurso Audiovisual Amalia de Gallardo 2009. El director del film Daniel Moya y el guionista William Camacho recibieron el premio de Bs. 45.000 en la Gala Cultural de La Paz el pasado 5 de noviembre.
El jurado del concurso estuvo compuesto por Elizabeth Carrasco, encargada del Centro de Documentación de la Cinemateca Boliviana, Marcelo Cordero, Director del Centro Cultural Yaneramai y Oscar Sejas.
Realizadores, videastas y personas que trabajan en el campo audiovisual participaron en este certamen cuya temática fue "Otras historias de La Paz", mostrando acontecimientos de lo cotidiano, que pasa desapercibido en un municipio tan diverso como el paceño. El objetivo de la XX edición del concurso fue el descubrir el carácter contradictorio y diverso que tiene el municipio.
El director del corto, Daniel Moya, realizó una Maestría en Cine Documental en la Universidad del Cine, Buenos Aires, Argentina. En ese país también realizó un año de taller de Iluminación y Cámaras, y dos años de taller de Montaje y Estructura cinematográfica en la productora "Pulso".
Como cineasta realizó el corto documental: "Mujer líder, Mujer indígena" y un corto de ficción denominado "Poker de Huevo", este último preseleccionado en el festival de cine TELEFE Cortos.
Moya es comunicador social y diseñador gráfico. Elaboró proyectos y materiales publicitarios y de desarrollo comunitario. Participó en la actuación, producción y postproducción en los canales televisivos ATB, RED UNO y Católica Televisión. Fue docente en la Universidad Franz Tamayo, actualmente es coordinador y docente de la carrera de Comunicación Audiovisual de la Universidad Real.
El guionista William Camacho Sanjinés es economista y literato. Ha escrito artículos para algunos periódicos nacionales y publicó ensayos en revistas especializadas. Fue co-director de la revista literaria "La lagartija emplumada", coordinador de publicaciones en el colegio Saint Andrew’s y responsable de edición en la Corte Nacional Electoral.
También editó textos para el PNUD, el PIEB y la editorial Santillana. Algunos de sus cuentos han sido publicados en antologías y ha escrito los libros Réquiem para once y El misterio del estido. Fue docente en la Universidad Franz Tamayo, y actualmente es docente de la carrera de Literatura en la Universidad Mayor de San Andrés. El 2006 ganó el Premio Nacional de Cuento "Franz Tamayo".
Fuente: http://www.cinemascine.net/
En las bases del concurso, se pedía una carta en la que se justificara/explicara la propuesta. A continuación, transcribo el texto que enviaron, de modo que ustedes pueda comprender por qué decidierons hacer este homenaje fílmico a La Paz:
Habitamos una ciudad bulímica, que vomita febreros y octubres para volvérselos a tragar, de tan hambrienta. Sí, pero también habitamos una ciudad mágica, cuenca de cíclope tuerto, construida con ingenio y, sobre todo, con imaginación. Y aunque no tuvimos un Arzáns que nos fundara en la ficción, tenemos una memoria colectiva que se encarga de erigir imaginarios, de crear una verosimilitud que hace posible la vida en medio del caos de esta ciudad con nombre, más que irónico, farsante. Sí, La Paz, desde su nombre, es ficción. Ficción que habitamos y que nos habita, que es escape y retorno, y que nos reclama, a aquellos que hemos sido embaucados por sus coqueterías, perpetuar en el lenguaje la imposibilidad de lo absoluto.
Así, pues, del Illimani, ahicitos, no sólo habrá un hueco lleno de hormigas multicolores, sino también universos enteros, prestos a ser explorados, conquistados y colonizados. Porque habrá acaso en la nasal voz de los postmodernos copilotos andinos algo más que la promesa de un destino, algo similar a un coro polifónico que irrumpe en medio de la sinfonía bocinesca, en medio de un escenario caótico repleto de extras y efectos de humareda, para conjurar el hechizo del frío, que entumece piernas y corazones, con la naturalidad que impone el hambre a los 3600 días de vida.
Habrá acaso debajo de los toldos multicolores algo más que frutas de temporada, ropas chilenas made in Bolivia o radio grabadoras Panatonic, algo más cercano al ingenio que al contrabando, una especie de picardía regida por las leyes de sobrevivencia, que manda al carajo los miles de artículos del aparato legislativo/justiciero.
Habrá acaso en las paredes algo más que blancura monopol, algo parecido a versos clandestinos, a memorias de poetas anónimos que plasman su impotencia, frustración, alegría, desengaño, esperanza, furia, ideología, ánimo, amor, odio, calumnias, verdades, amenazas o declaraciones, en ese maravilloso e inacabable papel que se extiende por cuadras y cuadras y se ofrece, tentador/seductor, a las brochas o aerosoles de la creatividad urbana, que no se cansa de escribir cosas tales como: Cristo viene… ¡Hazte pepa!
Habrá acaso en la ínclita ciudad algo más que el reflejo del Illimani, algo más que calles orinadas, crucificados en pelotas, marchadores de tiempo completo, burócratas que esperan el viernes para ocultar el aro de matrimonio y gastarse la quincena con una negra interesada, minibuses–sardineras contagiadores de gripe, discos de Julio Iglesias con tapa de Los Panchos, perros cagadores/cogedores/mordedores, travestis cuarentones con minifaldas fucsias, bailarines de tilín, carteristas/albertos/monreros/campanas/juglares que han aprendido las historias del tío. Habrá acaso algo más que eso –y también eso, por qué no–, junto –revuelto–, en paz –¿será?– y amor –¿será?–, para cantarlo, contarlo, pintarlo, gritarlo, archivarlo y hacerlo conocer para perpetua memoria.
O desmemoria, quién sabe, pues La Paz no representa un concepto unívoco, ni un recuerdo cerrado. Esta ciudad es, ante todo, potencia; La Paz no necesariamente es la que se refleja en prensa, literatura, música, cuadros o malas lenguas, ya que es eso y, sobre todo, lo que todo ello insinúa. Chuquiago Marka, La Paz, La Hoyada, no tiene sentido en un solo discurso, sino en el entramado inter/multidiscursivo que las expresiones artísticas posibilitan configurar a partir de lecturas y representaciones individuales/metonínmicas.
En ese sentido, nuestra propuesta no pretende dar cuenta de uno o varios aspectos de La Paz, sino de La Paz misma, entendida como la ciudad posible, no como la ciudad concreta. No nos interesa que La Paz sea como la reflejamos, ya que centramos nuestra visión en la ficción; es decir, no somos tan insensatos como para reproducir una ciudad irreproducible, ni tan insensibles como para conformarnos con la realidad. Nuestra ciudad ficcional no es lo que La Paz es en la realidad, sino lo que podría ser.
Habitamos una ciudad bulímica, que vomita febreros y octubres para volvérselos a tragar, de tan hambrienta. Sí, pero también habitamos una ciudad mágica, cuenca de cíclope tuerto, construida con ingenio y, sobre todo, con imaginación. Y aunque no tuvimos un Arzáns que nos fundara en la ficción, tenemos una memoria colectiva que se encarga de erigir imaginarios, de crear una verosimilitud que hace posible la vida en medio del caos de esta ciudad con nombre, más que irónico, farsante. Sí, La Paz, desde su nombre, es ficción. Ficción que habitamos y que nos habita, que es escape y retorno, y que nos reclama, a aquellos que hemos sido embaucados por sus coqueterías, perpetuar en el lenguaje la imposibilidad de lo absoluto.
Así, pues, del Illimani, ahicitos, no sólo habrá un hueco lleno de hormigas multicolores, sino también universos enteros, prestos a ser explorados, conquistados y colonizados. Porque habrá acaso en la nasal voz de los postmodernos copilotos andinos algo más que la promesa de un destino, algo similar a un coro polifónico que irrumpe en medio de la sinfonía bocinesca, en medio de un escenario caótico repleto de extras y efectos de humareda, para conjurar el hechizo del frío, que entumece piernas y corazones, con la naturalidad que impone el hambre a los 3600 días de vida.
Habrá acaso debajo de los toldos multicolores algo más que frutas de temporada, ropas chilenas made in Bolivia o radio grabadoras Panatonic, algo más cercano al ingenio que al contrabando, una especie de picardía regida por las leyes de sobrevivencia, que manda al carajo los miles de artículos del aparato legislativo/justiciero.
Habrá acaso en las paredes algo más que blancura monopol, algo parecido a versos clandestinos, a memorias de poetas anónimos que plasman su impotencia, frustración, alegría, desengaño, esperanza, furia, ideología, ánimo, amor, odio, calumnias, verdades, amenazas o declaraciones, en ese maravilloso e inacabable papel que se extiende por cuadras y cuadras y se ofrece, tentador/seductor, a las brochas o aerosoles de la creatividad urbana, que no se cansa de escribir cosas tales como: Cristo viene… ¡Hazte pepa!
Habrá acaso en la ínclita ciudad algo más que el reflejo del Illimani, algo más que calles orinadas, crucificados en pelotas, marchadores de tiempo completo, burócratas que esperan el viernes para ocultar el aro de matrimonio y gastarse la quincena con una negra interesada, minibuses–sardineras contagiadores de gripe, discos de Julio Iglesias con tapa de Los Panchos, perros cagadores/cogedores/mordedores, travestis cuarentones con minifaldas fucsias, bailarines de tilín, carteristas/albertos/monreros/campanas/juglares que han aprendido las historias del tío. Habrá acaso algo más que eso –y también eso, por qué no–, junto –revuelto–, en paz –¿será?– y amor –¿será?–, para cantarlo, contarlo, pintarlo, gritarlo, archivarlo y hacerlo conocer para perpetua memoria.
O desmemoria, quién sabe, pues La Paz no representa un concepto unívoco, ni un recuerdo cerrado. Esta ciudad es, ante todo, potencia; La Paz no necesariamente es la que se refleja en prensa, literatura, música, cuadros o malas lenguas, ya que es eso y, sobre todo, lo que todo ello insinúa. Chuquiago Marka, La Paz, La Hoyada, no tiene sentido en un solo discurso, sino en el entramado inter/multidiscursivo que las expresiones artísticas posibilitan configurar a partir de lecturas y representaciones individuales/metonínmicas.
En ese sentido, nuestra propuesta no pretende dar cuenta de uno o varios aspectos de La Paz, sino de La Paz misma, entendida como la ciudad posible, no como la ciudad concreta. No nos interesa que La Paz sea como la reflejamos, ya que centramos nuestra visión en la ficción; es decir, no somos tan insensatos como para reproducir una ciudad irreproducible, ni tan insensibles como para conformarnos con la realidad. Nuestra ciudad ficcional no es lo que La Paz es en la realidad, sino lo que podría ser.
Un poquito de humor paceño
Esta es una entrada antigua extraida de un bloggero paceño "El estido" Willy Camacho que seguro algunos lo reconoceran, a mi el texto me mato desde la primera ves que lo lei, es un poquito largo pero vale la pena leerlo.
Chuquiago Market: entre tecnología y tijeras
Hasta hace un par de décadas, a lo sumo, la calle Eloy Salmón y sus alrededores conformaban, en el imaginario urbandino, el famoso “Barrio Chino”, y aun hoy en día los paceños de la vieja guardia no conciben otro apelativo para esa zona, cosa que es difícil de entender, pues aunque allí se han realizado innumerables batidas policiales procurando capturar indocumentados asiáticos, ni siquiera en las alcantarillas se pudo encontrar algún chino; es más, no se encontró ningún vestigio que hiciera sospechar que alguna vez pasaron por esas calles. Los policías, como última opción, incluso llegaron a adiestrar canes para lograr su cometido: a fin de que sus olfatos pudiesen reconocer el aliento oriental, los sometieron a una dieta rica en ajo durante un año; luego, encerraron a los perros cinco días sin brindarles el alimento que ya estaban acostumbrados a ingerir, es decir, prácticamente los mataron de hambre. En ese estado, los soltaron en el “Barrio Chino”, de donde, luego de olfatear unos cuantos minutos, salieron disparados hacia el Mercado Rodríguez para atacar los puestos de especias y generar un caos público de proporciones épicas, lo que determinó el fin de las batidas.
En fin, actualmente, la Eloy cobija tiendas que ofrecen una amplia variedad de aparatos de última tecnología, la mayoría introducidos de contrabando, a precios menores en relación a los de los comercios legales del centro citadino. Así, cuando se necesita o desea algún electrodoméstico, una computadora, un celular, un televisor, etc., la Eloy es el lugar indicado para realizar la búsqueda y la compra. Los prósperos comerciantes de esta calle, para dar mayor comodidad a los clientes, han construido galerías donde el potencial comprador puede apreciar los productos exhibidos detrás de las vidrieras de decenas de locales. Uno de estos, que ofrece productos informáticos, exhibe cámaras web en funcionamiento para demostrar las virtudes del aparato, de tal forma que cuando uno se para frente a la vidriera, puede verse en la pantalla que recibe las imágenes captadas por la cámara. Esto es aprovechado por los que quieren descubrir cómo se verían si trabajasen en la televisión, y principalmente por quienes desean retocarse el peinado.
A pesar de su aparente despreocupación por la apariencia, el urbandino es un ser muy coqueto, especialmente en lo que respecta a su cabellera. Por más que muchos desconozcan el uso del shampoo y sus cabellos destilen aceite, jamás permiten que ninguno de ellos este fuera del lugar que el peine le ha asignado. El albañil paceño, por ejemplo, al concluir su jornada laboral, moja su cabeza con abundante agua y se peina con esmero; luego, para salir a la calle, se coloca una gorra al estilo aureola, es decir, con magistral habilidad, consigue que la gorra permanezca sobre su cabeza sin alterar el peinado, casi flotando por encima de los cabellos.
Ahora bien, muchas veces, ya sea por el viento, un chubasco inesperado o la broma de un amigo, el peinado suele perturbarse; pero también suele ocurrir que el urbandino cree que está despeinado, aunque esto no sea cierto. Probablemente por eso, no desaprovecha ningún espejo para cerciorarse de la compostura capilar. Hace años, no era raro encontrar personas moviendo los retrovisores de los autos a una posición cómoda para poder ejercer su derecho de peine; ahora no es muy frecuente observar eso, pues las alarmas bulliciosas hacen escapar a los paranoicos coquetos. Pero hay más espejos “públicos” en la Ínclita: las puertas de vidrio oscuro de los hoteles, los vidrios “raybanizados” de los coches, los inmensos retrovisores internos de los micros, etc. Y también hay lugares que son visitados sólo para poder pasar revista al peinado: algunos entran a las vidrierías fingiendo estar interesados por algo y se dedican a retocar el copete frente a los espejos que allí se venden; otros entran a una tienda de ropa, escogen cualquier prenda y, luego de entrar al probador y aprovechar su espejo, salen de ahí sin comprar nada; y no faltan los que se pasan varios minutos subiendo y bajando en un ascensor sólo para perfeccionar el peinado ante su espejo.
Esta preocupación por el peinado se refleja en la proliferación de peluquerías. Particularmente, la calle Santa Cruz alberga decenas de salones que ofrecen cortes de cabello por cinco bolivianos (60 centavos de dólar). Lamentablemente, el servicio no incluye garantía; por eso, el azar juega un rol importante al momento de decidir a cuál peluquería entrar. Los peluqueros están en las puertas de los salones ofreciendo sus servicios a cualquier viandante, esmerándose más cuando advierten que alguno está buscando dónde someterse a las tijeras. “Pase nomás, joven, un buen cortecito le voy a hacer, tengo Playboy”. Y el joven, tentado por las peladas de la revista, ingresa en la peluquería, confiando que esta vez el peluquero elegido sepa del oficio. Ya ubicado en el sillón, con la revista en las manos, escucha la pregunta de rigor: “¿Cómo le voy a cortar, joven?”. “Bien, ojalá”, piensa él, pero dice: “Rebajame los costados e igualame las puntitas de arriba; la melena dejamela como está”. Dicho esto, el peluquero comienza la poda, y el joven, el voyeurismo. Pasados quince minutos, el trabajo ya ha concluido; empleando un espejo portátil, el peluquero le muestra al cliente cómo ha quedado su nuca, para que tenga un panorama completo del corte realizado. “Me ha jodido el cabello”, piensa, pero asiente con la cabeza y luego es rociado con alcohol, acción que demuestra la higiene de estos servicios. El joven sale puteando internamente, pero de nada serviría reclamar, porque en cuestión de peluquería se cumple a cabalidad la expresión “lo hecho, hecho está”, ¿acaso se podrían colar los cabellos cortados?; además, es demasiado arriesgado discutir con alguien que tiene una navaja circulando por tus mejillas. Lógicamente, el joven se detendrá en cuanto espejo “público” halle a su paso y, empapando sus dedos con saliva, fijará en su sitio los mechones rebeldes, tratando de subsanar la incompetencia del peluquero. Después de unos días, ya se habrá acostumbrado a su nueva apariencia; sin embargo, para prevenir otra mala experiencia, decidirá no volver a pisar una peluquería y optará por cortarse el cabello él mismo, para lo cual, comprará una maquinita que vio en el Barrio Chino, justo al lado de la tienda de cámaras web.
Chuquiago Market: entre tecnología y tijeras
Hasta hace un par de décadas, a lo sumo, la calle Eloy Salmón y sus alrededores conformaban, en el imaginario urbandino, el famoso “Barrio Chino”, y aun hoy en día los paceños de la vieja guardia no conciben otro apelativo para esa zona, cosa que es difícil de entender, pues aunque allí se han realizado innumerables batidas policiales procurando capturar indocumentados asiáticos, ni siquiera en las alcantarillas se pudo encontrar algún chino; es más, no se encontró ningún vestigio que hiciera sospechar que alguna vez pasaron por esas calles. Los policías, como última opción, incluso llegaron a adiestrar canes para lograr su cometido: a fin de que sus olfatos pudiesen reconocer el aliento oriental, los sometieron a una dieta rica en ajo durante un año; luego, encerraron a los perros cinco días sin brindarles el alimento que ya estaban acostumbrados a ingerir, es decir, prácticamente los mataron de hambre. En ese estado, los soltaron en el “Barrio Chino”, de donde, luego de olfatear unos cuantos minutos, salieron disparados hacia el Mercado Rodríguez para atacar los puestos de especias y generar un caos público de proporciones épicas, lo que determinó el fin de las batidas.
En fin, actualmente, la Eloy cobija tiendas que ofrecen una amplia variedad de aparatos de última tecnología, la mayoría introducidos de contrabando, a precios menores en relación a los de los comercios legales del centro citadino. Así, cuando se necesita o desea algún electrodoméstico, una computadora, un celular, un televisor, etc., la Eloy es el lugar indicado para realizar la búsqueda y la compra. Los prósperos comerciantes de esta calle, para dar mayor comodidad a los clientes, han construido galerías donde el potencial comprador puede apreciar los productos exhibidos detrás de las vidrieras de decenas de locales. Uno de estos, que ofrece productos informáticos, exhibe cámaras web en funcionamiento para demostrar las virtudes del aparato, de tal forma que cuando uno se para frente a la vidriera, puede verse en la pantalla que recibe las imágenes captadas por la cámara. Esto es aprovechado por los que quieren descubrir cómo se verían si trabajasen en la televisión, y principalmente por quienes desean retocarse el peinado.
A pesar de su aparente despreocupación por la apariencia, el urbandino es un ser muy coqueto, especialmente en lo que respecta a su cabellera. Por más que muchos desconozcan el uso del shampoo y sus cabellos destilen aceite, jamás permiten que ninguno de ellos este fuera del lugar que el peine le ha asignado. El albañil paceño, por ejemplo, al concluir su jornada laboral, moja su cabeza con abundante agua y se peina con esmero; luego, para salir a la calle, se coloca una gorra al estilo aureola, es decir, con magistral habilidad, consigue que la gorra permanezca sobre su cabeza sin alterar el peinado, casi flotando por encima de los cabellos.
Ahora bien, muchas veces, ya sea por el viento, un chubasco inesperado o la broma de un amigo, el peinado suele perturbarse; pero también suele ocurrir que el urbandino cree que está despeinado, aunque esto no sea cierto. Probablemente por eso, no desaprovecha ningún espejo para cerciorarse de la compostura capilar. Hace años, no era raro encontrar personas moviendo los retrovisores de los autos a una posición cómoda para poder ejercer su derecho de peine; ahora no es muy frecuente observar eso, pues las alarmas bulliciosas hacen escapar a los paranoicos coquetos. Pero hay más espejos “públicos” en la Ínclita: las puertas de vidrio oscuro de los hoteles, los vidrios “raybanizados” de los coches, los inmensos retrovisores internos de los micros, etc. Y también hay lugares que son visitados sólo para poder pasar revista al peinado: algunos entran a las vidrierías fingiendo estar interesados por algo y se dedican a retocar el copete frente a los espejos que allí se venden; otros entran a una tienda de ropa, escogen cualquier prenda y, luego de entrar al probador y aprovechar su espejo, salen de ahí sin comprar nada; y no faltan los que se pasan varios minutos subiendo y bajando en un ascensor sólo para perfeccionar el peinado ante su espejo.
Esta preocupación por el peinado se refleja en la proliferación de peluquerías. Particularmente, la calle Santa Cruz alberga decenas de salones que ofrecen cortes de cabello por cinco bolivianos (60 centavos de dólar). Lamentablemente, el servicio no incluye garantía; por eso, el azar juega un rol importante al momento de decidir a cuál peluquería entrar. Los peluqueros están en las puertas de los salones ofreciendo sus servicios a cualquier viandante, esmerándose más cuando advierten que alguno está buscando dónde someterse a las tijeras. “Pase nomás, joven, un buen cortecito le voy a hacer, tengo Playboy”. Y el joven, tentado por las peladas de la revista, ingresa en la peluquería, confiando que esta vez el peluquero elegido sepa del oficio. Ya ubicado en el sillón, con la revista en las manos, escucha la pregunta de rigor: “¿Cómo le voy a cortar, joven?”. “Bien, ojalá”, piensa él, pero dice: “Rebajame los costados e igualame las puntitas de arriba; la melena dejamela como está”. Dicho esto, el peluquero comienza la poda, y el joven, el voyeurismo. Pasados quince minutos, el trabajo ya ha concluido; empleando un espejo portátil, el peluquero le muestra al cliente cómo ha quedado su nuca, para que tenga un panorama completo del corte realizado. “Me ha jodido el cabello”, piensa, pero asiente con la cabeza y luego es rociado con alcohol, acción que demuestra la higiene de estos servicios. El joven sale puteando internamente, pero de nada serviría reclamar, porque en cuestión de peluquería se cumple a cabalidad la expresión “lo hecho, hecho está”, ¿acaso se podrían colar los cabellos cortados?; además, es demasiado arriesgado discutir con alguien que tiene una navaja circulando por tus mejillas. Lógicamente, el joven se detendrá en cuanto espejo “público” halle a su paso y, empapando sus dedos con saliva, fijará en su sitio los mechones rebeldes, tratando de subsanar la incompetencia del peluquero. Después de unos días, ya se habrá acostumbrado a su nueva apariencia; sin embargo, para prevenir otra mala experiencia, decidirá no volver a pisar una peluquería y optará por cortarse el cabello él mismo, para lo cual, comprará una maquinita que vio en el Barrio Chino, justo al lado de la tienda de cámaras web.
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miércoles, 25 de noviembre de 2009
Al caso
Y aprovechando tambien este blog que nos sirva para reinvindicar nuestra cultura esta ves para toda Bolivia recordando que:
En eso no hay donde perderse pero no solo es pagar publicidades en CNN y hacer jornadas de bailes, debemos llevar en alto y en el corazon nuestra cultura asi no nos arrebatan mas nuestras danzas ni tradiciones.
"LA DIABLADA ES BOLIVIANA Y PUNTO..."
Y se nos va.....
Y se nos va el año del bicentenario ya solo falta un mes para la navidad, y un poco mas para año nuevo, pues este fue un buen año para nuestra ciudad y vamos para unos nuevos 200 años que de seguro seran mucho mejores para nuestra linda La Paz
16 de Julio, Bicentenario 00:00
Y bueno aqui esta el momento cuando cumplimos 200 años de libertad cuando todos estabamos festejando en la plaza Villarroel y empezo la fiesta de fuegos artificiales
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