Si acaso Chuquiago es el nombre del video ganador del Concurso Audiovisual Amalia de Gallardo 2009. El director del film Daniel Moya y el guionista William Camacho recibieron el premio de Bs. 45.000 en la Gala Cultural de La Paz el pasado 5 de noviembre.
El jurado del concurso estuvo compuesto por Elizabeth Carrasco, encargada del Centro de Documentación de la Cinemateca Boliviana, Marcelo Cordero, Director del Centro Cultural Yaneramai y Oscar Sejas.
Realizadores, videastas y personas que trabajan en el campo audiovisual participaron en este certamen cuya temática fue "Otras historias de La Paz", mostrando acontecimientos de lo cotidiano, que pasa desapercibido en un municipio tan diverso como el paceño. El objetivo de la XX edición del concurso fue el descubrir el carácter contradictorio y diverso que tiene el municipio.
El director del corto, Daniel Moya, realizó una Maestría en Cine Documental en la Universidad del Cine, Buenos Aires, Argentina. En ese país también realizó un año de taller de Iluminación y Cámaras, y dos años de taller de Montaje y Estructura cinematográfica en la productora "Pulso".
Como cineasta realizó el corto documental: "Mujer líder, Mujer indígena" y un corto de ficción denominado "Poker de Huevo", este último preseleccionado en el festival de cine TELEFE Cortos.
Moya es comunicador social y diseñador gráfico. Elaboró proyectos y materiales publicitarios y de desarrollo comunitario. Participó en la actuación, producción y postproducción en los canales televisivos ATB, RED UNO y Católica Televisión. Fue docente en la Universidad Franz Tamayo, actualmente es coordinador y docente de la carrera de Comunicación Audiovisual de la Universidad Real.
El guionista William Camacho Sanjinés es economista y literato. Ha escrito artículos para algunos periódicos nacionales y publicó ensayos en revistas especializadas. Fue co-director de la revista literaria "La lagartija emplumada", coordinador de publicaciones en el colegio Saint Andrew’s y responsable de edición en la Corte Nacional Electoral.
También editó textos para el PNUD, el PIEB y la editorial Santillana. Algunos de sus cuentos han sido publicados en antologías y ha escrito los libros Réquiem para once y El misterio del estido. Fue docente en la Universidad Franz Tamayo, y actualmente es docente de la carrera de Literatura en la Universidad Mayor de San Andrés. El 2006 ganó el Premio Nacional de Cuento "Franz Tamayo".
Fuente: http://www.cinemascine.net/
En las bases del concurso, se pedía una carta en la que se justificara/explicara la propuesta. A continuación, transcribo el texto que enviaron, de modo que ustedes pueda comprender por qué decidierons hacer este homenaje fílmico a La Paz:
Habitamos una ciudad bulímica, que vomita febreros y octubres para volvérselos a tragar, de tan hambrienta. Sí, pero también habitamos una ciudad mágica, cuenca de cíclope tuerto, construida con ingenio y, sobre todo, con imaginación. Y aunque no tuvimos un Arzáns que nos fundara en la ficción, tenemos una memoria colectiva que se encarga de erigir imaginarios, de crear una verosimilitud que hace posible la vida en medio del caos de esta ciudad con nombre, más que irónico, farsante. Sí, La Paz, desde su nombre, es ficción. Ficción que habitamos y que nos habita, que es escape y retorno, y que nos reclama, a aquellos que hemos sido embaucados por sus coqueterías, perpetuar en el lenguaje la imposibilidad de lo absoluto.
Así, pues, del Illimani, ahicitos, no sólo habrá un hueco lleno de hormigas multicolores, sino también universos enteros, prestos a ser explorados, conquistados y colonizados. Porque habrá acaso en la nasal voz de los postmodernos copilotos andinos algo más que la promesa de un destino, algo similar a un coro polifónico que irrumpe en medio de la sinfonía bocinesca, en medio de un escenario caótico repleto de extras y efectos de humareda, para conjurar el hechizo del frío, que entumece piernas y corazones, con la naturalidad que impone el hambre a los 3600 días de vida.
Habrá acaso debajo de los toldos multicolores algo más que frutas de temporada, ropas chilenas made in Bolivia o radio grabadoras Panatonic, algo más cercano al ingenio que al contrabando, una especie de picardía regida por las leyes de sobrevivencia, que manda al carajo los miles de artículos del aparato legislativo/justiciero.
Habrá acaso en las paredes algo más que blancura monopol, algo parecido a versos clandestinos, a memorias de poetas anónimos que plasman su impotencia, frustración, alegría, desengaño, esperanza, furia, ideología, ánimo, amor, odio, calumnias, verdades, amenazas o declaraciones, en ese maravilloso e inacabable papel que se extiende por cuadras y cuadras y se ofrece, tentador/seductor, a las brochas o aerosoles de la creatividad urbana, que no se cansa de escribir cosas tales como: Cristo viene… ¡Hazte pepa!
Habrá acaso en la ínclita ciudad algo más que el reflejo del Illimani, algo más que calles orinadas, crucificados en pelotas, marchadores de tiempo completo, burócratas que esperan el viernes para ocultar el aro de matrimonio y gastarse la quincena con una negra interesada, minibuses–sardineras contagiadores de gripe, discos de Julio Iglesias con tapa de Los Panchos, perros cagadores/cogedores/mordedores, travestis cuarentones con minifaldas fucsias, bailarines de tilín, carteristas/albertos/monreros/campanas/juglares que han aprendido las historias del tío. Habrá acaso algo más que eso –y también eso, por qué no–, junto –revuelto–, en paz –¿será?– y amor –¿será?–, para cantarlo, contarlo, pintarlo, gritarlo, archivarlo y hacerlo conocer para perpetua memoria.
O desmemoria, quién sabe, pues La Paz no representa un concepto unívoco, ni un recuerdo cerrado. Esta ciudad es, ante todo, potencia; La Paz no necesariamente es la que se refleja en prensa, literatura, música, cuadros o malas lenguas, ya que es eso y, sobre todo, lo que todo ello insinúa. Chuquiago Marka, La Paz, La Hoyada, no tiene sentido en un solo discurso, sino en el entramado inter/multidiscursivo que las expresiones artísticas posibilitan configurar a partir de lecturas y representaciones individuales/metonínmicas.
En ese sentido, nuestra propuesta no pretende dar cuenta de uno o varios aspectos de La Paz, sino de La Paz misma, entendida como la ciudad posible, no como la ciudad concreta. No nos interesa que La Paz sea como la reflejamos, ya que centramos nuestra visión en la ficción; es decir, no somos tan insensatos como para reproducir una ciudad irreproducible, ni tan insensibles como para conformarnos con la realidad. Nuestra ciudad ficcional no es lo que La Paz es en la realidad, sino lo que podría ser.
Habitamos una ciudad bulímica, que vomita febreros y octubres para volvérselos a tragar, de tan hambrienta. Sí, pero también habitamos una ciudad mágica, cuenca de cíclope tuerto, construida con ingenio y, sobre todo, con imaginación. Y aunque no tuvimos un Arzáns que nos fundara en la ficción, tenemos una memoria colectiva que se encarga de erigir imaginarios, de crear una verosimilitud que hace posible la vida en medio del caos de esta ciudad con nombre, más que irónico, farsante. Sí, La Paz, desde su nombre, es ficción. Ficción que habitamos y que nos habita, que es escape y retorno, y que nos reclama, a aquellos que hemos sido embaucados por sus coqueterías, perpetuar en el lenguaje la imposibilidad de lo absoluto.
Así, pues, del Illimani, ahicitos, no sólo habrá un hueco lleno de hormigas multicolores, sino también universos enteros, prestos a ser explorados, conquistados y colonizados. Porque habrá acaso en la nasal voz de los postmodernos copilotos andinos algo más que la promesa de un destino, algo similar a un coro polifónico que irrumpe en medio de la sinfonía bocinesca, en medio de un escenario caótico repleto de extras y efectos de humareda, para conjurar el hechizo del frío, que entumece piernas y corazones, con la naturalidad que impone el hambre a los 3600 días de vida.
Habrá acaso debajo de los toldos multicolores algo más que frutas de temporada, ropas chilenas made in Bolivia o radio grabadoras Panatonic, algo más cercano al ingenio que al contrabando, una especie de picardía regida por las leyes de sobrevivencia, que manda al carajo los miles de artículos del aparato legislativo/justiciero.
Habrá acaso en las paredes algo más que blancura monopol, algo parecido a versos clandestinos, a memorias de poetas anónimos que plasman su impotencia, frustración, alegría, desengaño, esperanza, furia, ideología, ánimo, amor, odio, calumnias, verdades, amenazas o declaraciones, en ese maravilloso e inacabable papel que se extiende por cuadras y cuadras y se ofrece, tentador/seductor, a las brochas o aerosoles de la creatividad urbana, que no se cansa de escribir cosas tales como: Cristo viene… ¡Hazte pepa!
Habrá acaso en la ínclita ciudad algo más que el reflejo del Illimani, algo más que calles orinadas, crucificados en pelotas, marchadores de tiempo completo, burócratas que esperan el viernes para ocultar el aro de matrimonio y gastarse la quincena con una negra interesada, minibuses–sardineras contagiadores de gripe, discos de Julio Iglesias con tapa de Los Panchos, perros cagadores/cogedores/mordedores, travestis cuarentones con minifaldas fucsias, bailarines de tilín, carteristas/albertos/monreros/campanas/juglares que han aprendido las historias del tío. Habrá acaso algo más que eso –y también eso, por qué no–, junto –revuelto–, en paz –¿será?– y amor –¿será?–, para cantarlo, contarlo, pintarlo, gritarlo, archivarlo y hacerlo conocer para perpetua memoria.
O desmemoria, quién sabe, pues La Paz no representa un concepto unívoco, ni un recuerdo cerrado. Esta ciudad es, ante todo, potencia; La Paz no necesariamente es la que se refleja en prensa, literatura, música, cuadros o malas lenguas, ya que es eso y, sobre todo, lo que todo ello insinúa. Chuquiago Marka, La Paz, La Hoyada, no tiene sentido en un solo discurso, sino en el entramado inter/multidiscursivo que las expresiones artísticas posibilitan configurar a partir de lecturas y representaciones individuales/metonínmicas.
En ese sentido, nuestra propuesta no pretende dar cuenta de uno o varios aspectos de La Paz, sino de La Paz misma, entendida como la ciudad posible, no como la ciudad concreta. No nos interesa que La Paz sea como la reflejamos, ya que centramos nuestra visión en la ficción; es decir, no somos tan insensatos como para reproducir una ciudad irreproducible, ni tan insensibles como para conformarnos con la realidad. Nuestra ciudad ficcional no es lo que La Paz es en la realidad, sino lo que podría ser.
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